Fue un andar a la deriva que no debía continuar. Y no
continuó. El golpe de Odría y su sigiloso ingreso a Lima lo conmovieron
profundamente y lo apartaron de las juergas. Ese mismo 28 de octubre,
"día infausto para la República", como él escribió, igual que
escriben infinitos periodistas en el mundo frente a hechos semejantes, ese
mismo día se comprometió a hacer algo... ¿Pero qué hacer?... La impotencia lo
exaltaba todavía más. Así fue como comenzó a dolerle el Perú.
Una de esas noches de desvelos cívicos, Francisco tomó la
firme decisión de llevar adelante una idea que le venía rondando desde un par
de días antes. Desde el mismo momento en que, junto a Ella, vio a Odría pasar
por la Plaza San Martín rumbo a Palacio: tenía que fundar un periódico que
dijera las verdades que la gran prensa, con toda seguridad, callaría, sea por
complicidad con el golpista o por autocensura generada por el temor al poder.
Al despertarse siguió dándole vueltas a la idea y a la manera de cómo presentar
su propuesta para hallar apoyo financiero a sus planes. Y bien bañado y con
desayuno completo se dirigió al Café.
Aquella mañana del uno o dos de noviembre de mil novecientos
cuarenta y ocho, cerca del mediodía, exponía Francisco en los portales su
propósito de publicar un semanario, un panfleto, que gritara las protestas de
su generación por el cuartelazo contra Bustamante y su rechazo a la dictadura
que acababa de entronizarse en el país. Pero Francisco no tenía un centavo. En
la mesa estaban Sérvulo y Doris Gibson —inmersos en un romance borrascoso—,
Guillermo Ugaz, Juan Ríos, Carmen Sosa y alguien más. Francisco explicó sus
proyectos y su falta de fondos. Doris Gibson se prestó de inmediato a
conseguirlos. Y, poniéndose de pie, se dirigió al otro lado de la plaza, a los
portales del frente, al Chez Víctor, donde esperaba encontrar a Armando
Revoredo, el último Primer Ministro de Bustamante, que acababa de estar en
prisión. Revoredo había sido médico, profesión que nunca ejerció, pues antes de
curar a nadie se inscribió en la Aviación e, inmediatamente, de médico
'asimilado' pasó a piloto. Cuando llegó a ministro ya lucía las insignias de
general de Aviación y sus hazañas —vuelo solitario, sobre los Andes, de Lima a
Buenos Aires y, después, de Lima a Bogotá— habían llenado de orgullo a los
peruanos sin que él se envaneciera. También, después de haber abierto las dos
rutas arriba mencionadas, había dado la vuelta a Sudamérica al comando de una
escuadrilla de cazas.
Al poco rato regresó Doris a la mesa del Café. Traía dos mil
soles para Oiga, el proyecto de Francisco. Los mil que faltaban, también por
intermedio de Doris Gibson, Francisco los obtuvo, con alguna solemnidad y firma
de un documento simbólico, de Pechitos Bustamante.
Así nació el primer periódico personal de Francisco: Oiga.
FRANCISCO IGARTUA, Siempre un Extraño
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